miércoles, 4 de mayo de 2022

Luis Vernet por PATRICIA GANCEDO


 

Luis Vernet

Por Patricia Gancedo.

Y llegó el día de la mudanza. Recuerdo que cada vez que papá nos llevaba a ver el progreso de la obra de la que sería nuestra nueva casa, yo rezaba para que nunca se terminara, porque lo que menos quería era dejar López y Planes.
Esa mañana fue un ir y venir de gente atareada cargando un camión. Parecía el fin del mundo! Mientras todo eso pasaba, yo lloraba sentada en el pasto frente al Níspero diciendo que de ahí no me iba hasta no llevarlo. Es que Junto a Iván una tarde de verano, hicimos un pozo en un cantero y colocamos las semillas de los nísperos que acabábamos de comer, luego de taparlo y regar, pusimos un palito para indicar el lugar. Pasó el tiempo y vimos cómo asomaba lo que luego se convirtió en una planta. Desde aquella tarde habían pasado 2 años y el níspero ya era un niño entrando a la adolescencia, así que ahí me encontraba en un mar de lágrimas reclamando para que lo llevaran junto a todas las demás cosas en ese camión a punto de reventar. Eran tantas mis lágrimas que pienso que mamá harta, le pidió al jardinero que se ocupara de sacarlo para ser trasplantado en el nuevo jardín.
Semejante alegría me hizo olvidar que al poco rato miraría a través de la ventanilla del auto lo que sería el fin de mi infancia…
Una vez en Luis Vernet pude indicar el lugar donde quería ver crecer al único árbol plantado por mí!
La casa era de esas que por lo grandes y espaciosas dejan de ser un verdadero hogar, ese, donde resulta el encuentro obligado con tus padres, hermanos y abuela. Entonces yo sentí un vacío enorme, tal es así, que aún lo llevo en el alma, razón por la que no me gustan las casas grandes, me producen angustia.
Ya no veíamos televisión tirados en el suelo del hall con todos los del barrio, ahora la TV estaba en el playroom y escondida en un mueble, así no arruinaba la estética, según palabras de mamá. Tampoco compartíamos el mismo piso con nuestra abuela, pues al ser viejita mis padres le diseñaron su cuarto en la planta baja, para que no tuviera que subir las escaleras y le acondicionaron el baño para que nada fuera un impedimento a su limitada movilidad.
Frente al cuarto de ella, papá tenía la biblioteca donde pasaría encerrado los fines de semana leyendo; era su lugar, impregnado de olor a pipa, repleto de libros y el sillón de cuero negro que lo acompañó hasta su muerte.
Si bien todos los cuartos eran en suite y con vista al río, lo que más quise y creo que lo mismo nos pasó a los 4 hermanos, era la bohardilla, lugar de estudios no solo nuestro si no de todos los amigos y amigas. ¡Cómo nos divertíamos en épocas de parciales y exámenes finales! Estudiábamos siempre de noche y hubo momentos que llegamos a ser más de veinte. A la madrugada alguno iba a comprar medialunas y todos al jardín a tomar el desayuno!
Bueno, pero lo cierto es que a mí al principio, me costó mucho adaptarme.
Luis Vernet tiene solo dos cuadras. A casa llegabas desde Libertador doblando a la derecha por Alem dos cuadras y ahí nacía nuestra nueva calle. Justo al terminar nuestro terreno se abandonaba el pavimento para que hasta Martín y Omar fuera de tierra. Pasaron años y papá luego de mil pedidos logró que la Municipalidad se hiciera cargo y terminaran con el arreglo de la calle.
Lo cierto es que al principio me ponía feliz de que el ómnibus del colegio no llegara a buscarnos porque se le complicaba retomar, así que lo esperábamos en la esquina. Es que yo me moría de vergüenza que vieran la casa donde nos habíamos mudado, me daba pudor. Claro que con el pasar de los meses me fui acostumbrando y ya dejó de importarme, sobre todo cuando pasó a ser la casa de todos. La pileta, ni bien asomaba la primavera era un club y los almuerzos bajo la Magnolia un clásico.
Fue en Luis Vernet donde dejé de ser niña para dar paso a la adolescente, que cambió la pelota de football, los patines y juegos en la calle, por las primeras fiestas a la hora del té.


Patricia Gancedo. Naciò en Buenos Aires, Argentina. Por distintas circunstancias vivió en Santiago de Chile, Madrid, Brasilia, Montevideo, y los últimos años en Punta del Este- Uruguay. Actualmente reside en Buenos Aires.  Docente. Empresaria y escritora. Integrante de los encuentros literarios en Salta y del Taller de Josè Agüero Molina. Participa de varias antologías desde el año 2012.

martes, 11 de enero de 2022

"PERDIDO EN TI" poema de CARLOS WERD

 



 



 Perdido en ti

                                   por CARLOS WERD

Me hechizas

 ni bien te contemplo,

y aunque me resista...

me pierdo en tu cuerpo.


Recorro absorto tu corteza,

juego cauteloso entre tus penas,

me oculto en el arcón de tus carencias,

me impregno del gris de tus arenas.


Navego tu piélago turquesa, 

descubro tus mas velados secretos,

suavizo tu ira evanescente,

provoco tus mas fulgentes destellos.


De pronto me desvanezco en el ocaso

de tu soledad abismada,

pero en seguida resurjo...

rescatado por tu voz, 

cautivado por tu mirada.


CARLOS WERD. Argentino, nació en la CABA. Periodista, escritor, productor musical y docente entre otras actividades. 

lunes, 29 de noviembre de 2021

LA CIUDAD Y LOS SIGNOS por Raquel Milagro Espinosa.

 


La ciudad y los signos

                           (Capítulo seleccionado del libro Salta, la ciudad, el campo y sus lectores, Salta, Editorial Hanne, 2020).

        Kazuo Ishiguro, Premio Nobel de Literatura 2017, en su novela El gigante enterrado, cuenta la historia de una pareja de ancianos que vivía al borde de una ciénaga, a la sombra de escarpadas colinas, en una especie de madriguera horadada en sus laderas. El relato, anclado en Inglaterra en épocas remotas, plantea muchos temas interesantes para analizar pero en especial llama la atención el tratamiento del pasado y la forma en que indaga en la memoria y el olvido.

En la comunidad a la que pertenecen Axl y Beatrice raramente se hablaba del pasado; las personas y las cosas se olvidan de un día para el otro y es como una especie de enfermedad que se cierne sobre la aldea. Los recuerdos siempre son fragmentarios y los habitantes del lugar creen que han sido maldecidos con “una niebla del olvido”. Axl, sin embargo, trata de ser optimista y darle ánimo a su esposa: “nuestros recuerdos no se han ido para siempre, tan sólo se han extraviado momentáneamente en alguna parte por culpa de esta maldita niebla. Los recuperaremos, uno por uno si hace falta”. (Ishiguro, 2016: pág.58).

Creo que los vecinos de cualquier ciudad experimentan lo mismo con su pasado. Si bien hay datos que tal vez se desconozcan sobre los orígenes y su evolución, en otras ocasiones sucede que se olvidan de lo que aprendieron o simplemente no observan con detenimiento las huellas que el tiempo deja en distintos espacios de la ciudad.

Salta ofrece a sus habitantes y a quienes la visitan gran cantidad de atractivos: casas particulares, edificios públicos, iglesias, museos, monumentos, plazas, parques, estatuas, pinturas, calles, pasajes… Sin embargo, pocas veces reparamos en los detalles, ésos que forman parte de los ornamentos, de la decoración. A veces no los miramos, ocupados en llegar a tiempo para concretar una cita o ciertos trámites  y otras,  simplemente no los vemos. Están ahí, cerca de nosotros pero invisibilizados, tapados por la publicidad, los árboles o el paso del tiempo que los va transformando, desdibujando, olvidando. En la simbología, las caracolas y  las conchas representan al mar, como si se tratara de “las aguas primordiales”; también hacen referencia al mundo femenino y, en el Cristianismo, se la asocia con el bautismo. Muchas pilas de agua bendita tienen esa forma. (Diccionario de Símbolos y Temas de Federico González Frías). Los lectores pueden reparar en ellas al entrar a alguno de los templos de nuestra ciudad. Sirva, como ejemplo, la pila que está en la Iglesia San José de calle Urquiza. Muchas casas particulares del centro tienen estos símbolos presidiendo sus fachadas, sobre las puertas o labrados en la madera de las mismas. Producto de mis recorridos, a veces planificados y otros erráticos por las calles de nuestra ciudad, encontré algunos de ellos. Uno de los más interesantes que vi y muy bien conservados están en la puerta de acceso donde funciona actualmente la escuela de Comercio Benjamín Zorrilla (calle Mitre 349). También los hallé en los respaldos de las sillas del archivo del Palacio Episcopal, sobre algunas ventanas del edificio de la Legislatura, en el emblemático Hotel Salta  y en la sala de sesiones del Concejo Deliberante, sólo por citar algunos ejemplos de los muchos que abundan. Sin embargo, las más bellas y representativas de estas imágenes están en la fachada y el interior de la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria de la Viña,  de estilo barroco, en la intersección de las calles Alberdi y San Juan.

Como dato complementario creo oportuno recordar que durante la conquista y la evangelización del Chaco salteño alcanzaron gran importancia las figuras cristianas. Telma Chaile, Doctora en Historia, escribe su tesis sobre “Las configuraciones devocionales ante los avances colonizadores e indígenas”. Una zona de cruce, mezclas y conflictos como lo fue la denominada “Frontera del Este”, desde mediados del siglo XVIII atravesó un proceso de institucionalización que comprendió el establecimiento de un conjunto de instalaciones militares y religiosas. La expansión de esa frontera estuvo estrechamente asociada con el recurso a figuras del calendario cristiano, objeto de devoción por parte de los agentes colonizadores. Junto a capillas, oratorios, ermitas, doctrinas, reducciones y vice parroquias aparecían en el escenario fronterizo las imágenes de la virgen de Guadalupe, Santa Bárbara, San Lorenzo Mártir, San Esteban , San Pedro y San Simón, mártires y predicadores. En la actualidad, producto de la evolución de la ciudad, tanto en lo que se refiere al espacio físico como a la sociedad que lo habita, podemos también encontrar los símbolos de las conchas asociados al camino de Santiago en algunas estaciones de servicio Shell.

Para cerrar estas reflexiones volvamos a la lectura de El gigante enterrado. En la novela de Ishiguro la culpa de que los hombres olviden parte de su pasado y de su historia es adjudicada al aliento del dragón Querig. Los protagonistas que quieren  volver a ver a su hijo comienzan un largo viaje que los convertirá en peregrinos hasta el final de sus días y tienen la suerte de asistir al momento en que un guerrero mata finalmente al monstruo. Ya nada les permitirá olvidar. Esto les provoca miedo pues se debaten entre el deber de recordar y la necesidad de olvidar. Lejos del drama de Axl y Beatrice los ciudadanos pueden reconstruir su pasado sin miedo a abandonar el presente ni el futuro que se va delineando. Sin recurrir a los archivos o bibliotecas la historia nos ofrece otras fuentes como la arquitectura convertida en testimonio, huella o reliquia para contarnos sobre el pasado y la identidad de nuestro espacio. Los invito a escuchar y leer ese lenguaje en el que nos habla la ciudad, recorriendo sus calles y sus edificios con una mirada nueva que les permita descubrir lo que a veces está ahí, pero no se percibe y que, seguramente, espera la oportunidad para contarnos alguna historia interesante.


Raquel Milagro Espinosa (1960) Argentina. Profesora Universitaria en Letras- Universidad Nacional de Salta. “Especialista en Ciencias Sociales con Mención en Lectura, Escritura y Educación” por FLACSO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

Publicó:: La jerarquización de la escuela pública (Ensayo, 1996). Vivir en la Frontera (Ensayo, 2004). Un viaje por los textos (Antología, 2004). La antigua Frontera del Este (2006. Primer Premio Ensayo de la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta). La tapada (Novela, 2008). La chispa que encendería la pradera (Ensayo, 2010). Docentes eran los de antes (Ensayo, 2011). Había una vez un colegio... (Relato de experiencias, 2013). Laguna Blanca. Los orígenes de Joaquín V. González (Ensayo, declarado de interés por la Cámara de Diputados, según Resolución N°: 292/15). Veladas Literarias en Salta. Homenaje a Juana Manuela Gorriti, Salta, Víctor Hanne, (Relato de experiencias, 2016. Declarado de Interés Cultural según Resolución 510/15). El tren fantasma de Mojotoro (novela, 2018). Los fantasmas del Este (Poesía, 2019). Salta, la ciudad, el campo y sus lectores (Crónicas, 2020).

 


 


lunes, 11 de octubre de 2021

EL PASEO por DAVID SLODKY KAFKALE


Mi homenaje íntimo a Horacio Quiroga. La Capilla de aires góticos del callejón de Río Blanco, co- protagonista de uno de los cuentos que más amo.

EL PASEO

Por David Slodky Kafkale.

Fueron caminando por las vías. Partieron desde donde alguna vez estuvo la vieja estación (ahora es sólo un dibujo en la pared que la evoca, una locomotora a vapor como homenaje). Cuando chico venía con sus hermanos y primos a la hora en que llegaba el tren, apostaban cuántos vagones traía y el que ganaba tenía por premio darle un puntapié a cada uno de los perdedores.

Con su mujer y sus dos pequeños hijos de nueve y seis años, habían regresado hacía poco de un largo exilio y el padre quería mostrarles los territorios de su niñez, darle un lugar a la nostalgia, reconstruir su memoria, proyectarse en ellos.
El pueblo había sido el lugar de veraneo familiar en su infancia, cuando el médico recomendara que los pulmones delicados del hijo menor necesitaban el aire puro de la montaña. Allá, en el portal de los Andes, con el verdor todavía exuberante del Valle de Lerma, habían saboreado el verano año tras año, alquilando una casita, y el padre recordaba ahora el olor untoso del matadero donde juntaban las orejas de los animales sacrificados, donde miraban con ojos enormemente abiertos los hombres que bebían la sangre caliente de los animales recién degollados, donde se las ingeniaban para robarse las vejigas inflándolas luego para jugar al fútbol entre gritos salvajes, mimetizados con el primitivo ritual; rememoraba el bañarse alegre y temerariamente en los canales que llevaban las turbias aguas del Toro, a veces las cristalinas del Blanco, hasta el remanso de esa especie de garita kilómetros abajo, desde donde bajaban precipitadamente por un tobogán hacia las turbinas de la usina; evocaba entonces el mareo que le producían esas aguas vertiginosas, el temor y la atracción de caer en ellas. ¡Cuántos deleitosos miedos se asociaban a cada uno de los lugares, de los olores, de los colores de ese privilegiado lugar de los valles de su infancia! Como mirar tapándose los ojos, pero dejando un resquicio para seguir aterrándose con ese extraño goce que provocan las películas de miedo.
A menos de un kilómetro de caminar, las vías son bordeadas a su derecha por un cerro. El hombre divisa a la izquierda lo que resta de la represa misteriosa de sus estadías veraniegas: está seca. Mira los caranchos que sobrevuelan el hoy árido terreno; recuerda la comadreja muerta, flotando en las aguas, que lo estremeciera tantos años atrás. Observa las inútiles manivelas que comandan las compuertas ya inexistentes, semejando timones de barcos abandonados. Allí jugaban, allí los Tigres de la Malasia, Sandokan y Yánez, maniobraban las intrépidas naves. Se ven todavía los canales que desembocaban en el estanque, en los que se bañaba cuando muy pequeño agarrado de las manos de su madre, siempre temeroso de que alguna súbita correntada lo arrastrara hacia el fondo barroso y enramado del embalse. “¡Pero no, si te estoy cuidando, nada te va a pasar!” –lo reconvenía amorosamente la sonriente matrona.
“Por acá me llevaba a cococho mi papá” –les dice mientras avanzan por las vías y siguen alejándose del pueblo.
“¿Te llevaba a qué...?” –pregunta el mayor de los hijos.
“Sobre los hombros, a babucha. Acá le decimos cococho” –responde el padre, contento de participar a sus hijos uno de sus remotos códigos. Con una distendida sonrisa les cuenta que el abuelo siempre recordaba que en una de esas incursiones, un desagradable olor le advirtió que su pequeño había depositado sobre su cuello un fecal obsequio, mientras repetía “nene caca”. Los chicos ríen. “Cagón” –bromea su mujer, mientras lo abraza por la cintura.
“Hablando de ‘cagón’ -dice el hombre- ¡qué miedo me daba cuando mi padre me azuzaba para que cruce con él este puente!”
Habían llegado al primer puente ferroviario que cruza el Toro, en el inicio de la quebrada. Abajo corre crecido el río, arremolinando sus marrones y fragorosas aguas por el encajonamiento que producen las columnas de piedra del puente carretero, metros más allá.
“¡Vamos, lo crucemos, ya no pasan trenes por estas vías!” –los anima ante el gesto de duda de los niños. “Ni ferrocarriles dejaron en este país.”
Comienzan a caminar por los durmientes. ¡Otra vez el vértigo placentero, ahora compartido con sus hijos! Entre travesaño y travesaño, las rumorosas aguas que se ven allá abajo marean levemente. Avizora una de las hermosas casonas del callejón de Río Blanco. ¿Estará todavía esa tenebrosa capilla de aires góticos, que poblara de temores nocturnos sus sueños infantiles? ¿Florecerán todavía esas majestuosas bella-hortensias rosadas y violáceas? ¿Estarán tapizados de musgos los enrojecidos ceibos? ¿Azularán las campanillas los bordes del camino? ¡Les hará con ellas collares a los hijos, como le hiciera tiempo allá su hermana, cada temporada!
A la mitad del puente, siente el lejano bisbiseo de un motor. Mira el camino que remonta hacia los Andes, buscando divisar el camión que seguramente produce ese ruido en la subida.
La locomotora aparece de golpe desde la curva. Ve el gesto de terror que paraliza a sus hijos. Trata desesperadamente de aferrarlos.
El grito desgarrador de la madre tapa el poderoso silbato.

jueves, 11 de febrero de 2021

SONREÍR PARA SER FELIZ por LUIS ASRIN.

 

                                               SONREÍR PARA SER FELIZ

                                                          Por Luis Asrin del libro “Elige una vida plena y feliz”.

       Hay personas que en forma natural tienen una “sonrisa fácil” y pareciera resultarles gracioso todo lo que ellos dicen y todo lo que dicen los demás. Esas personas maravillosas irradian felicidad donde quieran que vayan.

     Quienes no tienen ese don natural pueden adquirirlo al igual que cualquier otro hábito. Como el cerebro no sabe diferenciar entre una sonrisa practicada y una espontánea, liberará endorfinas y nos sentiremos maravillosamente bien, al igual que quienes nos rodean. Esto a su vez nos hará más propensos a sonreír de manera más espontánea.

      Ver películas o programas de televisión que puedan resultarnos divertidos es una manera de mejorar el humor y el bienestar. Podemos tomar este nuevo hábito al mismo tiempo que erradicamos películas negativas, de violencia y hasta los canales de noticias que nos hacen sentir angustia y malestar.

      Pasar más tiempo con amigos que están siempre de buen humor y nos hacen sentir bien es una buna forma de disfrutar la felicidad del ahora. El optimismo y la alegría se contagian y terminaremos imitando su carácter positivo.

     Aquello que buscamos es lo que encontraremos, si nos abocamos a tener una visión más positiva y alegre tratando de encontrar aquello que resulte divertido y edificante podremos sonreír espontáneamente más a menudo.

     “Si sonríes a la vida ella te sonreirá” reza un sabio aforismo popular.

                                       Yo no sonrío porque soy feliz…

                                          ¡Soy feliz porque sonrío!

     Sonreír es una buena forma de mostrar a los demás que eres amistoso, positivo y amable.

   Normalmente asumimos que no sonreímos porque estamos atravesando un momento difícil, por nuestras preocupaciones o porque no tenemos ganas simplemente.

     Aún, cuando no te sientas muy alegre, siempre habrá razones para sonreír. Es mejor concentrarse en las cosas positivas y eso levanta el ánimo fácilmente.

     Sonreír con frecuencia te cambiará la vida en muchos aspectos: la salud, las relaciones sociales, las amistades, el bienestar y la felicidad. Hasta los problemas parecen diluirse cuando se practica esta maravillosa virtud.

     Para desarrollar este hábito es necesario ejercitar mucho y en forma sistemática. La mejor forma es proponernos sonreír a toda persona que contactemos en el día de hoy. Sin excepción. Buscaremos saludar amablemente, hacer un comentario, una broma, agradecer y todo ello nos dará motivo para emitir una sonrisa. Al principio puede ser un gesto, una mueca, luego será más sencillo sonreír, y se podrá hacerlo cada vez con mayor facilidad.

     Se consciente que una sonrisa tuya puede hacer de tu mundo un lugar mucho más positivo y mejor. Te sentirás tan feliz que sonreirás desde tu corazón disfrutando la vida plenamente.

     ¡Hay muchas razones para ser feliz y para sonreír!


                                               



 LUIS ASRIN. Escritor nacido en Aguilares, provincia de Tucumán y radicado desde niño en Cafayate, provincia de Salta. Médico graduado en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT). Traductor técnico, científico y literario de inglés.

     Entre sus libros publicados están: “Inglés médico, manual de traducción”, “Termalismo de Rio Hondo”, “Elige una vida plena y feliz”, “Hacia la perfección interior. Manual de autoayuda”. También las cartillas: “Elige una vida feliz”, “Alcanzando objetivos” y “Autoestima y felicidad” entre otras.

     E mail: luisasrin@yahoo.com.ar

 

 

 

domingo, 13 de diciembre de 2020

ROMANCE DEL LIMONERO por RUBÉN DARÍO MORALES.

                                                   Romance del limonero

                                                                                             de Rubén Darío Heredia.

                        Por el limonero

                        gorriones de acero

                        cantan a la lluvia

                        rondines de viento.

                        Las hojas tan verdes

                        cargadas de gotas

                        se inclinan mojando

                        las flores remotas.


                                                                                 Por el limonero

                                                                                 gorriones de acero

                                                                                 nos dan un gorjeo

                                                                                de espinas en acecho.

                                                                                Anda por los techos

                                                                                rondando la lluvia

                                                                                mojando los pechos

                                                                                y tu sien tan rubia.


                        Por el limonero

                        he visto a la tarde

                        ponerse en silencio,

                        su luna de otoño

                        trepar por su tronco,

                       la noche en retoño

                       callando un gorjeo

                       de lluvia y acecho.


                     


   RUBÉN DARÍO HEREDIA. Nació en la provincia de Córdoba, Argentina y radicado en la provincia de Salta, Argentina. Escritor. Reconocido y eximio periodista; locutor en programas radiales en la ciudad termal de Rosario de la Frontera- Salta. Gran colaborador en el ámbito cultural. 

     

   

domingo, 11 de octubre de 2020

DÍA DE REYES por DAVID SLODKY

 

                                                                  DÍA DE REYES

                                                                                                                                  Por David Slodky.

 Al comienzo,  remoloneó un poco. De golpe recordó qué día era y de un salto estuvo de pie. ¡Allí estaba! El sulkyciclo que había pedido, con su caballito enjaezado, con su chicote enhiesto, con sus crines de algodón y sus ojitos negros y cristalinos, con sus patitas al paso... ¡Por Dios! Corrió a besar a sus padres, que lo miraban sonrientes mientras tomaban mate bajo la parra: “Ah,  ínguele, kléinele, bísele...”, escuchó el pequeño mientras azuzaba al caballito con su chicote y el sulky se ponía en movimiento por el patio enmacetado, guiado por las expertas riendas del jinete.

Casi sin lavarse, salió a la vereda. Ya toda la chiquillada estaba allí, mostrándose sus regalos; uno se había quedado despierto toda la noche y los había visto a los Reyes cuando entraban por la ventana, montados sus camellos en un rayo de luna; a otro le habían comido todo el pastito que les había dejado, pero no habían tomado casi el agua: se veía que no tenían mucha sed, seguramente porque traían agua en las jorobas.

El pequeño niño judío experimentaba -como sus amiguitos católicos- la felicidad del despertarse con el regalo pedido, pero se sentía más grande que los chicos del barrio: él sabía quienes eran en verdad los Reyes Magos. Sus padres le habían explicado la leyenda, y le habían pedido expresamente que no se la contara a sus amiguitos, que los dejara seguir creyendo y fantaseando.

Pedaleaba a todo galope en su sulky,  esquivaba a los que jugaban con la pelota de cuero, a los que corrían con sus autitos de Turismo de Carretera, a los que desenfundaban los revólveres que pendían de sus cartucheras, a los que respondían las preguntas del Cerebro Mágico, a los que se trenzaban en el juego de la Lotería, de los Bonetes Mágicos, del Ludo, de la Troya con sus trompos, a los que concursaban con sus baleros, a los que corrían con sus bicicletitas con ruedas traseras laterales.

De golpe, sus azules ojos lo vieron: con el banquito en la axila, con el cajoncito de lustrar colgando de sus dedos, con sus ojos renegridos y tristones, el chiquilín rotoso y sucio los miraba. “Shta...”, le dijo a su caballito, tirando de las riendas. Dejó el chicote en el chicotero, y se apeó de su vehículo. Se acercó al lustrín. “¿Y a vos, qué te trajeron los Reyes?”. “Nada”, dijo el morenito, bajando los ojos. “¿Cómo te llamás vos?” preguntó a quemarropa el pequeño niño judío. “Marcelo Mamaní”. “¡Ah, eras vos! Los Reyes se perdieron y no encontraron tu casa y te dejaron los regalos en la mía, con tu nombre, dejándome encargado que yo te tratara de ubicar. ¡Pero cómo iba a saber yo cómo ubicarte, si ni ellos pudieron! Ya te los traigo” y corriendo entró a su casa para salir enseguida con su pelota de cuero, el autito del aguilucho, y dos libritos de pinturas. “Perdoná, la pelota está un poquito sucia, pero no pude resistir las ganas de jugar un ratito; el autito tiene unos raspones, pero es que al comienzo no había visto que era para vos, y salí a jugar carreras con los chicos del barrio; y los libritos tienen algunas páginas pintadas, porque ¡me dieron unas ganas! Pero quedaron todas estas otras limpitas, ves? Bueno, otra vez avísales bien cómo encontrar tu casa”. La carita del lustrín resplandeció. Acomodó como pudo su cajoncito de lustrar y su pelota y su autito y sus libros, y se fue caminando, mirando de vez en cuando para atrás. El pequeño niño judío lo miró alejarse, volviendo cabizbajo a su sulkyciclo. Un raro sentimiento, que nunca antes había experimentado, le oprimía el pecho. Muchos años después, supo que eso era una rara mezcla de angustia y de felicidad. Pero lo que nunca supo, fue que en ese mismo momento Alguien lo miraba  sonriente, mientras repetía “Ah, ínguele, kléinele, bísele...”

Glosario: “Ínguele, kleinele, bísele” (del idisch, idioma de los judíos diseminados por Europa central y oriental, un germano antiguo con incrustaciones de  ruso, cheko, polaco, español, etc., y con una grafía tomada del hebreo): podría traducirse aproximadamente por “pequeñito querido, mi chiquillo, cosita”).

 

                                                    



 DAVID SLODKY: Nació en Salta, en 1946. Psicólogo, escritor y gestor cultural. Director de la Carrera de Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Salta. Docente en las carreras de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba y en la de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Salta. Director del Departamento de Evaluación del Proyecto para el Mejoramiento de la Enseñanza de la Ciencia. Conicet-Promec. Bs. As. Especialista de Programa en el Proyecto “La Educación en Iberoamérica” , OEI (Oficina de Estados Iberoamericanos), Madrid, España. Miembro del Comité de Bio Ética del Colegio Médico de Salta. Miembro del Equipo de Psicopatología del Hospital Nacional de Clínicas de Córdoba. Académico de Número de la Institución Güemesiana “La senda gloriosa de la Patria”.

      Como escritor ha publicado:

 *Las fronteras, cuentos. Ed. del Tobogán, Salta.

 *Travesía, cuentos. La aguja de Buffon ediciones, Tucumán

 *Carmen Puch de Güemes. Al encuentro de la heroína. Ensayo histórico, Ed. Víctor Hanne, Salta

 *Tres relatos bíblicos y otros cuentos. Ed. El mono armado, Bs. As.

 *Parpadeos (minificciones). La aguja de Buffon ediciones, Tucumán.

 *Semblanzas (Semblanzas biográficas y de época). Ed. Víctor Hanne, Salta.

 *Resplandores y parpadeos (minificciones). Macedonia Ediciones, Bs. As.

 Ensayos, cuentos y microcuentos suyos integran distintas antologías.

      Como gestor cultural ha organizado y protagonizado a lo largo de los años, Recitales Poético Musicales sobre obras propias y de otros autores:

* “Miércoles de Cuento, música y poesía”.

* “Historias del Hombre”.

* “Historias en Concierto”.

 * “35 años después: Panorama Poético Salteño de Aráoz Anzoátegui”.

* “Del amor y el dolor”. (Figura en Youtube: David Slodky del amor y el dolor)

* “Homenaje a Nicolás Guillén”;

 * “Homenaje a Federico García Lorca”,

* “Romancero de Güemes” sobre el “Güemes” de Julio César Luzzatto, Recital Poético Musical, se presentó ininterrumpidamente en Teatros, Instituciones y Colegios de la Ciudad y Provincia de Salta desde 1996 hasta 2015. (Figura en Youtube: David Slodky Romancero de Güemes)

      Participó en distintos años en el Plan Provincial de Promoción de la Lectura.

     Asiste en forma reiterada a Establecimientos Educativos de la Ciudad para promover entre los estudiantes primarios y secundarios el interés y el amor por el estudio, la lectura y la escritura.