Luis Vernet
Por Patricia Gancedo.
Y llegó el día de la mudanza. Recuerdo que cada vez que papá nos llevaba a ver el progreso de la obra de la que sería nuestra nueva casa, yo rezaba para que nunca se terminara, porque lo que menos quería era dejar López y Planes.
Esa mañana fue un ir y venir de gente atareada cargando un camión. Parecía el fin del mundo! Mientras todo eso pasaba, yo lloraba sentada en el pasto frente al Níspero diciendo que de ahí no me iba hasta no llevarlo. Es que Junto a Iván una tarde de verano, hicimos un pozo en un cantero y colocamos las semillas de los nísperos que acabábamos de comer, luego de taparlo y regar, pusimos un palito para indicar el lugar. Pasó el tiempo y vimos cómo asomaba lo que luego se convirtió en una planta. Desde aquella tarde habían pasado 2 años y el níspero ya era un niño entrando a la adolescencia, así que ahí me encontraba en un mar de lágrimas reclamando para que lo llevaran junto a todas las demás cosas en ese camión a punto de reventar. Eran tantas mis lágrimas que pienso que mamá harta, le pidió al jardinero que se ocupara de sacarlo para ser trasplantado en el nuevo jardín.
Semejante alegría me hizo olvidar que al poco rato miraría a través de la ventanilla del auto lo que sería el fin de mi infancia…
Una vez en Luis Vernet pude indicar el lugar donde quería ver crecer al único árbol plantado por mí!
La casa era de esas que por lo grandes y espaciosas dejan de ser un verdadero hogar, ese, donde resulta el encuentro obligado con tus padres, hermanos y abuela. Entonces yo sentí un vacío enorme, tal es así, que aún lo llevo en el alma, razón por la que no me gustan las casas grandes, me producen angustia.
Ya no veíamos televisión tirados en el suelo del hall con todos los del barrio, ahora la TV estaba en el playroom y escondida en un mueble, así no arruinaba la estética, según palabras de mamá. Tampoco compartíamos el mismo piso con nuestra abuela, pues al ser viejita mis padres le diseñaron su cuarto en la planta baja, para que no tuviera que subir las escaleras y le acondicionaron el baño para que nada fuera un impedimento a su limitada movilidad.
Frente al cuarto de ella, papá tenía la biblioteca donde pasaría encerrado los fines de semana leyendo; era su lugar, impregnado de olor a pipa, repleto de libros y el sillón de cuero negro que lo acompañó hasta su muerte.
Si bien todos los cuartos eran en suite y con vista al río, lo que más quise y creo que lo mismo nos pasó a los 4 hermanos, era la bohardilla, lugar de estudios no solo nuestro si no de todos los amigos y amigas. ¡Cómo nos divertíamos en épocas de parciales y exámenes finales! Estudiábamos siempre de noche y hubo momentos que llegamos a ser más de veinte. A la madrugada alguno iba a comprar medialunas y todos al jardín a tomar el desayuno!
Bueno, pero lo cierto es que a mí al principio, me costó mucho adaptarme.
Luis Vernet tiene solo dos cuadras. A casa llegabas desde Libertador doblando a la derecha por Alem dos cuadras y ahí nacía nuestra nueva calle. Justo al terminar nuestro terreno se abandonaba el pavimento para que hasta Martín y Omar fuera de tierra. Pasaron años y papá luego de mil pedidos logró que la Municipalidad se hiciera cargo y terminaran con el arreglo de la calle.
Lo cierto es que al principio me ponía feliz de que el ómnibus del colegio no llegara a buscarnos porque se le complicaba retomar, así que lo esperábamos en la esquina. Es que yo me moría de vergüenza que vieran la casa donde nos habíamos mudado, me daba pudor. Claro que con el pasar de los meses me fui acostumbrando y ya dejó de importarme, sobre todo cuando pasó a ser la casa de todos. La pileta, ni bien asomaba la primavera era un club y los almuerzos bajo la Magnolia un clásico.
Fue en Luis Vernet donde dejé de ser niña para dar paso a la adolescente, que cambió la pelota de football, los patines y juegos en la calle, por las primeras fiestas a la hora del té.
Patricia Gancedo. Naciò en Buenos Aires, Argentina. Por distintas circunstancias vivió en Santiago de Chile, Madrid, Brasilia, Montevideo, y los últimos años en Punta del Este- Uruguay. Actualmente reside en Buenos Aires. Docente. Empresaria y escritora. Integrante de los encuentros literarios en Salta y del Taller de Josè Agüero Molina. Participa de varias antologías desde el año 2012.