EL REFUGIO DE LA MUSA
Por Aldo Guardatti
Amanece en El Refugio de la Musa, en La Caldera, casi tres kilómetros más allá desde donde termina el pueblo. Me visto sin hacer ruido y sigiloso salgo a la galería, a observar como mudo espectador la naturaleza.
Los duendes espían dentro de las gotas de lluvia atrapadas en los pétalos los deseos y sueños prohibidos de las musas y las hadas.
Desde lejos llega como un murmullo el bramido del río, que se va apagando a medida que se acrecienta la luz de un nuevo día.
Los pepiteros de collar, los cerqueritos –con sus tocados a rayas blancas y negras-, una pareja de cardenales curiosos, una reinamora y un benteveo, miran desconcertados en todas direcciones y endulzan el aire desde las tupidas ramas de la enorme morera ubicada hacia el oeste de la casa. En sus cantos revelan los secretos que les han contado Pachamama y los espíritus de la naturaleza durante la última noche, pero solo los chamanes y las brujas entienden lo que dicen… y no todos.
El olor a tierra mojada inunda el aire, y comienzan a celebrar los coyuyos en las ramas, sabedores de que el calor será agobiante en pocas horas.
El cielo permanece gris, pero al observar con atención se adivinan algunas nubes un poco más bajas que las demás, jugando con sus formas cambiantes a enviarnos crípticos mensajes.
Se agolpan tantas cosas en mi mente que me doy cuenta y llego a convencerme que la lluvia de anoche no fue de a, sino de inspiración.
Recién ahora, sumergido en el paisaje, bombardeados mis sentidos por todo tipo de estímulos, comprendo que el nombre del lugar no ha sido fruto de la casualidad, mucho menos de un capricho humano.
Las casualidades no existen, y la Musa nunca permitiría que el capricho de un simple mortal pusiera nombre a su refugio.
Ha sido obra de ella, y convenció al mortal de que él ha sido el artífice.
Aldo Guardatti, escritor, autor de seis libros y ganador de Premios provinciales, nacionales e internacionales. Un gran amigo.